Un chaval judío con los negocios que le van de culo. Un motel decrépito con grandes planes en un pueblecito en medio de la nada, estado de Nueva York, con una dueña tiránica con su marido (un cachondo mental) y su hijo – el chaval mencionado. Este es el punto de partida de Destino Woodstock (2009), del taiwanés Ang Lee, el mismo que dirigió Brokeback Mountain (2006), Hulk (2002), Tigre y Dragón (2000) y Sentido y sensibilidad (1995), por lo que podemos decir que es un tipo bien diversificado.
La peli está bien, es entretenida, tiene algún punto gracioso… pero poco más (un ‘bastante bien’, pero vamos…). Pero claro, ves ‘Woodstock’ en el título, y como que llama un poco (al menos a zumbaos como un servidor). Tiene un poco el rollo mitificador de la época, del rollo hippie-flowerpower, aunque el punto de vista del pragmatismo de los negocios da otro aire. Jipi en helicóptero, ejecutivos en corbata, paz y amor con bolsas llenas de billetes (y una frase lapidaria al final: “¿Y ahora qué?”, y responde el organizador del festival: “Ahora nos demandaremos todos por el dinero, pero estos días de paz y amor quedan”, o algo por el estilo). Aunque claro, siempre el protagonista – el chaval judío de marras – ve la luz a partir de compartir algo de tiempo con un ex compañero de colegio y ex combatiente de Vietnam que vuelve zumbao de la cabeza, el ver el mundo hippie, un tripazo del copón (que me recordó al de Accross the Universe, de 2007, cuando Bono canta ‘I’m a Walrus’), etc.
Vamos, otra película en la que se mitifica esa época ese festival, como la de Casi famosos (2000), con sus errores factuales (para variar). Obviamente, en este rollo de cómo-molan-las-drojas-psicodélicas, no van a hablar de la visita de George Harrison a San Francisco en el ‘Verano del amor’ (1967), cuando vio los efectos que estaba causando el LSD y dijo que no se volvería a meter esa mierda nunca más. Aunque, y eso me gustó, el final de la peli conecta con el concierto de los Rolling Stones (y más) en el circuito de Altamont, California, otro de los símbolos del fin del hippismo (junto al festival de la Isla de Wright, y los asesinatos de Charles Manson), y que bien se documentó en Gimme Shelter (1970), con un Mick Jagger al 100% de condiciones (whatever) intentando poner paz… sin mucho éxito.
Para acabar, decir que dentro de la banda sonora, llama la atención que no hay ninguna canción especialmente famosa, hasta el mismísimo final, cuando suena ‘Volunteers’ de los Jefferson Airplane, grupo más que fundamental del ‘San Francisco Sound‘.